Síndrome del impostor
La idea básica
Supongamos que eres director de una empresa y acabas de incorporar a un nuevo miembro del equipo. Ya has revisado su solicitud, concertado entrevistas e incluso le has pedido que realice un estudio de caso. Viene con sólidas recomendaciones de su último puesto y tiene un alto promedio de calificaciones de su título recientemente obtenido.
Al cabo de unas semanas, empiezas a notar que está más ansiosa y, cuando la felicitas por su trabajo, se desentiende. Cuando te sientas con ella para hablar de tu preocupación por este comportamiento, te cuenta que se siente como un fraude y que la suerte fue el principal factor que le hizo conseguir el trabajo. Aunque le recuerdas por qué la contrataste y las palabras positivas de sus compañeros sobre su rendimiento, eso no cambia sus sentimientos. Te confiesa que tiene miedo de que los demás en la empresa descubran que es un fraude y que no pertenece a ella.
Lo que experimenta tu empleado se llama síndrome del impostor (o fenómeno del impostor), un patrón psicológico en el que alguien no interioriza sus habilidades y logros y, en cambio, se siente como un fraude. Está presente tanto en hombres como en mujeres y se da con más frecuencia en grupos minoritarios. Aunque el síndrome del impostor no figura en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), eso no quiere decir que no pueda ser perjudicial. El síndrome del impostor aparece junto con la depresión y la ansiedad; además, puede asociarse a una disminución del rendimiento laboral o al agotamiento.1 Puede sentirse como no ser digno de compartir la propia historia o no sentir la seguridad emocional necesaria para aportar nuevas ideas. Cuando una persona experimenta el síndrome del impostor, repercute en todos los que la rodean.