Confiamos en nuestro instinto para todo, desde elegir opciones en un restaurante hasta tomar decisiones profesionales de alto riesgo. Sin embargo, las ciencias del comportamiento han dado mala fama a la intuición. A lo largo de los años, la literatura sobre sesgos cognitivos y heurísticos ha clasificado las numerosas formas en que nuestros impulsos nos llevan a cometer errores frecuentes y predecibles.
La ciencia del comportamiento trata de desentrañar las decisiones humanas y comprender qué impulsa nuestras elecciones bajo la superficie. Desde los primeros trabajos de Daniel Kahneman sobre los errores cognitivos, hemos celebrado las elecciones deliberadas como panacea para los problemas derivados de nuestras imperfectas facultades de decisión. Las directrices clásicas consisten en reprimir nuestra intuición y evaluar una elección en el contexto de información objetiva externa: tener en cuenta los tipos básicos, comprobar los antecedentes, considerar las motivaciones subyacentes y, a continuación, tomar una decisión.
Sin embargo, no siempre podemos pararnos a pensar en nuestras decisiones antes de que sucedan. Muchos de nuestros prejuicios nos ahorran tiempo y energía para poder manejar un mundo en constante cambio.
La palabra "elección" evoca situaciones en las que uno tiene tiempo para considerar varias opciones, realizar algún tipo de cálculo y luego llegar a una preferencia. Pero, ¿qué ocurre con las decisiones que tomamos y que en realidad no parecen elecciones? Cuando seguimos nuestros instintos, podemos tener la sensación de que nos empujan hacia una opción determinada, y el proceso de toma de decisiones se convierte en un control del tráfico. ¿Debemos seguir este impulso o refrenarlo?
References
- Kahneman, D., y Klein, G. (2009). Conditions for intuitive expertise: a failure to disagree. American psychologist, 64(6), 515.