"Ahora vivimos en un mundo en el que sabemos mentir. Con los avances de la IA, es muy probable que pronto vivamos en un mundo en el que sepamos detectar la verdad. El alcance potencial de esta tecnología es enorme: la cuestión es cómo debemos ut
ilizarla".
Algunas personas son buenas mentirosas por naturaleza y otras son buenas detectoras de mentiras por naturaleza. Por ejemplo, los individuos que encajan en esta última descripción a menudo pueden percibir las mentiras de forma intuitiva, observando las fluctuaciones en la dilatación de las pupilas, el rubor y una variedad de microexpresiones y movimientos corporales que revelan lo que está pasando en la cabeza de otra persona. Esto se debe a que, para la gran mayoría de los que no somos mentirosos entrenados, cuando mentimos, o mentimos por omisión, nuestro cuerpo tiende a delatarnos.
Para la mayoría de nosotros, sin embargo, la intuición sobre si alguien está mintiendo suele prevalecer sobre las conjeturas. Aunque seamos conscientes de los factores que pueden indicar una mentira, somos incapaces de observarlos y procesarlos simultáneamente en tiempo real, por lo que, en última instancia, tenemos que adivinar si estamos oyendo la verdad.
Supongamos ahora que no tuviéramos que ser buenos detectores de mentiras, porque dispondríamos fácilmente de datos para saber si alguien miente o no. Supongamos que, con estos datos, pudiéramos determinar con casi total certeza la veracidad de las afirmaciones de alguien. Ahora vivimos en un mundo en el que sabemos mentir. Con los avances de la IA, es muy probable que pronto vivamos en un mundo en el que sepamos detectar la verdad. El alcance potencial de esta tecnología es enorme; la cuestión es cómo debemos utilizarla.