La gente abandona las ciudades en favor de los suburbios a un ritmo cada vez más rápido. En Estados Unidos, los datos de USPS muestran que el número de personas que se mudaron se disparó durante los primeros meses de la pandemia. Las grandes ciudades experimentaron las mayores pérdidas netas, siendo Nueva York, Chicago y San Francisco las más perjudicadas.
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Las razones de este cambio acelerado de lo urbano a lo suburbano son dos. En primer lugar, la pandemia ha hecho que los habitantes de muchas ciudades -especialmente las más densamente pobladas, como Nueva York y San Francisco- busquen más espacio. En la mayoría de los casos, eso significa (al menos temporalmente) abandonar la ciudad.
En segundo lugar, la pandemia aceleró la tendencia a trabajar desde casa, lo que llevó a los habitantes de las ciudades a preguntarse si sigue mereciendo la pena vivir en ellas. Antes de la revolución del trabajo desde casa, las ventajas económicas y de movilidad social que ofrecían las ciudades compensaban costes como las infraestructuras sobrecargadas, los largos desplazamientos y el ruido excesivo.
Sin embargo, ahora que muchos residentes pueden obtener esos mismos beneficios viviendo fuera de las ciudades, éstas se enfrentan a una crisis fiscal a medida que la base impositiva se aleja. Antes de la pandemia, Phoenix (Arizona) preveía un superávit de 28 millones de dólares para el próximo ejercicio fiscal. Ahora, prevé un déficit de 26 millones. La ciudad de Nueva York prevé un déficit de al menos 6.000 millones de dólares. San Francisco tenía un déficit de 420 millones de dólares antes de la pandemia; ahora, se espera que la ciudad tenga un déficit de más de 1.500 millones de dólares.
Entonces, ¿cómo pueden las ciudades conservar a sus residentes o recuperarlos? La ciencia del comportamiento ofrece algunas soluciones de bajo coste y gran impacto.
Tom Spiegler, Director General de TDL