Amígdala

La idea básica

Imagina que es Halloween. Tú y tus amigos acabáis de pedir caramelos y volvéis a casa para merendar. De repente, tu tío, con una máscara terrorífica, sale de detrás de la puerta. Instintivamente, sientes una sacudida de miedo y gritas, hasta que te das cuenta de que es sólo tu tío y te ríes. Pronto olvidas el susto y vuelves a tus dulces. Muchos años después, sin embargo, puedes recordar ese Halloween con bastante nitidez, especialmente cómo te sentiste después de las espeluznantes payasadas de tu tío. Aunque la reacción de miedo ante tu tío, el recuerdo del susto y las ganas de comer caramelos parecen no tener nada que ver, en realidad todo se debe a una estructura cerebral diminuta pero poderosa: la amígdala.

La amígdala es una parte del cerebro responsable de múltiples funciones, como percibir amenazas, encontrar recompensas y codificar recuerdos emocionales. Se la conoce popularmente como el disparador cerebral de "huida o huida", que nos lleva a actuar de forma agresiva o temerosa en respuesta a las amenazas. Sin embargo, la amígdala está profundamente interconectada con otros sistemas cerebrales, lo que la convierte en un intermediario clave en múltiples procesos emocionales del cerebro, como la respuesta al estrés, la motivación y la toma de decisiones.

Las malas noticias venden porque la amígdala siempre está buscando algo que temer.


- Peter Diamandis, empresario griego

Historia

En el siglo XIX, un fisiólogo alemán llamado Karl Friedrich Burdach descubrió un grupo de núcleos en forma de almendra cerca de la parte posterior del cerebro. Basándose en la palabra latina que significa almendra, bautizó el conjunto con el apropiado nombre de "amígdala". Sin embargo, tras este descubrimiento, la amígdala fue ignorada durante casi un siglo.

En la década de 1930, los investigadores Heinrich Klüver y Paul C. Bucy reavivaron el interés por la amígdala tras realizar una espectacular prueba en la que extirparon una parte importante del cerebro de varios monos rhesus. Sin amígdala, Klüver y Bucy observaron que estos monos actuaban de forma muy extraña. Con una confianza recién descubierta, los monos se metían con entusiasmo en situaciones peligrosas, como acercarse a serpientes y otros depredadores peligrosos. Este descubrimiento provocó un frenesí de estudio entre los académicos, que creían haber encontrado la localización neurológica de una emoción humana clave: el miedo.

En la década de 1990, se había alcanzado un aparente consenso científico: la amígdala era esencialmente el centro del miedo en nuestro cerebro. Sin embargo, en un ejemplo perfecto del método científico, aparecieron más estudios que matizaban esta amplia suposición. Un estudio clave sobre una mujer con la amígdala dañada demostró que aún podía sentir miedo, pero no podía reconocer rostros temerosos u otras acciones amenazantes. Esto llevó a la reevaluación clave de que la amígdala sigue siendo críticamente importante en el proceso del miedo, pero no es la historia completa. La concepción moderna de la amígdala es que funciona a la vez como un sensor y una señal de alarma para las amenazas. En esencia, la amígdala se desarrolla con el tiempo para asociar determinados contextos, sentidos y situaciones con amenazas o recompensas. Lo hace vinculando sentimientos emocionales a estos recuerdos. Por ejemplo, se puede asociar la sensación física del envoltorio de un caramelo con los sentimientos de felicidad que se experimentan durante el subidón de azúcar. O puede asociar el sonido de un disparo con una amenaza, lo que desencadena una respuesta de miedo en el resto del cerebro. Cuando la amígdala está dañada, el resto de nuestro cerebro puede seguir manifestando la sensación de miedo, pero no asociamos como amenazas cosas que deberían darnos miedo. Desde el punto de vista moderno, los monos de Klüver y Bucy no eran audaces por falta de miedo, sino por ignorancia. No es que de repente dejaran de tener miedo a las serpientes, simplemente ya no reconocían que las serpientes se comen a los monos.

Consecuencias

En un mundo tan caótico, nuestra capacidad para reconocer amenazas y buscar recompensas es primordial. Desde un punto de vista evolutivo, esto ha sido clave durante mucho tiempo: debemos evitar todo lo que pueda poner en peligro nuestra supervivencia y también buscar cosas que nos ayuden a sobrevivir. En la actualidad, ya no tenemos que huir de las serpientes o buscar bayas, pero nuestra amígdala es funcionalmente el mismo instrumento. Ahora se activa en muchas situaciones importantes en las que nuestra capacidad para sopesar riesgos y recompensas puede ser increíblemente importante.

La amígdala es un instrumento de aprendizaje que crea asociaciones emocionales con el resultado de las elecciones. Debido a esta forma de aprendizaje, la amígdala desempeña un papel clave en la evaluación del riesgo. Por ejemplo, supongamos que las primeras veces que jugó al póquer perdió mucho. Si sigue perdiendo con el tiempo, su amígdala empezará a asociar el dolor de perder con el póquer. Por lo tanto, puede que empiece a tener más aversión al riesgo para evitar pérdidas cuando juegue en el futuro. Por otro lado, digamos que las primeras veces que juegas empiezas con una buena racha, puedes empezar a asociar el placer de ganar con el póquer, y es más probable que asumas mayores riesgos para sentir esas recompensas en el futuro. Las preferencias irracionales que se forman a partir de este aprendizaje emocional culminan en múltiples sesgos en la toma de decisiones, como la aversión a la pérdida, la aversión al arrepentimiento y el sesgo pesimista.

Entender cómo funciona la amígdala también es esencial en la negociación. Dado que la amígdala está diseñada para percibir amenazas, la negociación puede suscitar muchas palabras, situaciones y conflictos que pueden desencadenar respuestas basadas en amenazas. Esto puede llevar a que las personas con las que se negocia reaccionen de forma emocional e impredecible. Por ejemplo, digamos que una negociación desemboca en un desacuerdo que la amígdala percibe como una amenaza. La otra persona empieza a tener una opinión negativa sobre el acuerdo, y quizás empiece a tener más aversión al riesgo. Para combatir esta situación, los negociadores utilizan el etiquetado afectivo, una técnica empática en la que el negociador vocaliza cómo el desacuerdo puede hacer sentir a la otra persona. Se ha demostrado que las técnicas de etiquetado reducen las reacciones negativas en la amígdala, lo que podría ser un factor decisivo a la hora de cerrar o no un acuerdo.

Controversias

La amígdala, aunque muy estudiada, deja tras de sí un confuso corpus de trabajos. Sigue siendo controvertido si la amígdala desempeña un papel exclusivo en algún proceso emocional concreto. Aunque se han producido avances significativos en la tecnología de neuroimagen, la naturaleza interconectada de la amígdala con otros sistemas ha dificultado el aislamiento de cualquier efecto concreto. Además, la gran variedad de temas sobre los que parece influir subraya su importancia en el cerebro, pero también deja múltiples preguntas por responder sobre qué más podría estar influyendo. Aunque está claro que la amígdala desempeña un papel clave en el sistema emocional general, aún nos quedan muchas preguntas sobre el verdadero poder de esta misteriosa almendrita.

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Chris Voss:

Chris Voss es un aclamado negociador que desarrolló una larga carrera en el FBI. Fue pionero en las teorías de la empatía táctica y utilizó técnicas como el etiquetado para cambiar nuestra forma de pensar sobre la negociación. Para saber más sobre otras técnicas para mejorar la negociación, The Decision Lab's tiene un análisis en profundidad de la filosofía y las técnicas de Chris Voss.

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