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Mantenerse alerta en la era de la sobrecarga de información

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Jul 13, 2020

Cuatro meses después del inicio de la pandemia, ha surgido un fenómeno contrario a la intuición. En marzo, cuando el riesgo de infección por COVID-19 era mínimo, la motivación del público para seguir un comportamiento prosocial ante la pandemia parecía ser máxima. En Estados Unidos, el riesgo de infección es más alto que nunca y, sin embargo, la motivación para seguir las recomendaciones de salud pública parece estar en su punto más bajo. Este fenómeno se conoce como fatiga de precaución y plantea graves riesgos para la salud de las comunidades.

chart of covid cases

La fatiga por precaución, acuñada por la Dra. Jacki Gollan, profesora asociada de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento y psicóloga clínica de la Universidad Northwestern, puede explicar muchos de los comportamientos recientes que hemos visto en las noticias. Gollan sugiere que la explosión inicial de energía al principio de la pandemia nos ayudó a abordar las directrices de salud pública con optimismo. Sin embargo, a medida que empezamos a encontrar dificultades para prever el final, nuestros bancos de energía se fueron agotando y nos fuimos relajando sobre las medidas que tomábamos para mitigar el riesgo. Diversas percepciones conductuales pueden describir lo que puede estar causando la fatiga por precaución.

Adaptación a la amenaza

La habituación a las amenazas se produce cuando nos volvemos menos sensibles a ellas tras enfrentarnos a ellas repetidamente. La idea es similar a la del entrenamiento para la extinción del miedo, una forma de entrenamiento psicológico que pretende ayudar a las personas con ansiedad exponiéndolas repetidamente a una señal que provoca miedo pero que no va acompañada de un acontecimiento aversivo. Con el tiempo, el miedo del individuo disminuye a medida que aprende que no hay ninguna razón real para tener miedo.1

En este contexto, la amenaza es la infección altamente contagiosa COVID-19. Hoy en día, se nos presenta el peligro de la COVID-19 en casi todas partes: las noticias, las conversaciones con amigos y familiares, las redes sociales e incluso el trabajo. Si durante este tiempo no nos vemos directamente afectados (o, mejor dicho, infectados) por el COVID-19, podemos adaptarnos a la amenaza y desensibilizarnos gradualmente. Dado que nuestro cerebro no puede manejar niveles de estrés persistentemente elevados, simplemente nos resulta más cómodo ignorar la amenaza y volver a niveles de estrés más saludables.

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