¿Por qué preferimos hacer algo a no hacer nada?

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Sesgo de acción

explicó.
Bias

¿Qué es el sesgo de acción?

El sesgo de acción describe nuestra tendencia a favorecer la acción frente a la inacción, a menudo en nuestro propio beneficio. Sin embargo, hay ocasiones en las que nos sentimos obligados a actuar, aunque no haya pruebas de que ello vaya a producir un resultado mejor que no hacer nada. Nuestra tendencia a responder con la acción como una reacción automática por defecto, incluso sin una justificación sólida que la respalde, se ha denominado sesgo de acción.

action bias

Dónde se produce este sesgo

Supongamos que eres un portero de fútbol, preparándote para blocar un penalti en medio del último partido de la eliminatoria. Si es usted como la mayoría de los porteros, al intentar detener un lanzamiento saltará casi siempre hacia la izquierda o hacia la derecha. Sin embargo, sus posibilidades de bloquear con éxito el lanzamiento son estadísticamente mayores si se queda quieto.1

¿Qué te empuja a saltar en vez de mantenerte firme? Es el sesgo de acción: nuestro instinto de que hacer algo es mejor que no hacer nada. Puede que pienses que la gente juzgaría con menos severidad tu incapacidad para salvar la vida si pudieras demostrar que intentaste impedirlo. Por desgracia, por muy contraintuitivo que parezca, a menudo es la inacción lo que aumenta tus probabilidades de éxito.

Efectos individuales

Dar prioridad a la acción sobre la inacción, sin un razonamiento suficiente que lo respalde, puede llevarnos a manejar mal una situación. Es una respuesta automática basada en el impulso y no en la lógica. Si tomamos una decisión sin tener en cuenta toda la información posible, el sesgo de acción puede llevarnos por un camino menos eficaz, comprometiendo nuestro resultado.

Efectos sistémicos

En nuestra sociedad, el sesgo de acción propaga la creencia de que los que no actúan tienen la culpa. Incluso si actuar no resulta como esperábamos, podemos racionalizar que habría sido peor si no hubiéramos hecho nada (aunque no sea así). Este razonamiento refuerza nuestra visión de la acción como superior a la inacción, creando un ciclo interminable de malas decisiones.

En el primer artículo sobre el sesgo de acción, Anthony Patt y Richard Zeckhauser propusieron que un problema sistemático al que nos enfrentamos es la adopción de medidas innecesarias en la formulación de políticas2 . Estas medidas legislativas dan la impresión de que se está haciendo algo, cuando en realidad los efectos son mínimos. Nuestro sesgo hacia la acción puede hacer que aplaudamos estas acciones vacías, aunque el político no esté haciendo ningún progreso real.

Cómo afecta al producto

El sesgo de acción puede hacer que compensemos en exceso cuando experimentamos dificultades técnicas. En lugar de esperar pacientemente a que estos problemas se solucionen por sí solos (como suele ocurrir), intentamos hacer cualquier cosa para acelerar el proceso. Sin embargo, nuestros esfuerzos desesperados a menudo no sirven de nada; en todo caso, pueden empeorar el problema.

Esto ocurre todos los días en nuestro uso de Internet. Cuando un sitio web tarda demasiado, recargamos la página una y otra vez. O cuando una aplicación es demasiado lenta, la cerramos cientos de veces. Aunque esperar es molesto cuando estamos acostumbrados a la gratificación instantánea, a veces es la única solución para nuestros problemas en Internet.

El sesgo de acción se extiende incluso a la forma en que intentamos arreglar nuestros aparatos. Supongamos que derramas un vaso de agua sobre tu portátil, que está cerrado y apagado en la encimera de la cocina. ¿Cuál es su primer instinto? Probablemente pulsar frenéticamente el botón de encendido para asegurarte de que el portátil sigue funcionando. Pero no nos damos cuenta de que encender el ordenador sólo hace que el agua penetre más profundamente en los circuitos, aumentando sustancialmente los daños. En lugar de eso, la mejor solución es esperar a que el portátil se seque del todo colocándolo en una bolsa de arroz o delante de un ventilador. Cuanto más seco esté el portátil, mejor, lo que significa que cuanto más tarde en actuar, mejor.

La próxima vez que tengas problemas técnicos, recuerda esto: a veces menos es más. Dale tiempo al ordenador o al teléfono para que se arreglen solos antes de pasar al siguiente paso.

El sesgo de la acción y la IA

Con todos estos nuevos avances en IA, estamos ansiosos por incorporar esta nueva tecnología a todo lo que hacemos. Al fin y al cabo, automatización equivale a optimización, ¿no? Pues resulta que no siempre es así, sobre todo cuando le pedimos a la IA que realice lo que de otro modo serían tareas sencillas.

Imagina que llegas a casa del trabajo y quieres encender las luces. La solución más sencilla es pulsar el interruptor de la luz que hay junto a la puerta; tan sencilla, de hecho, que equivale esencialmente a la inacción. Sin embargo, entusiasmado con el nuevo dispositivo doméstico inteligente que ha instalado, le pide a un asistente de inteligencia artificial que lo haga en su lugar. Al incorporar este paso adicional, provocas un daño medioambiental exponencialmente mayor (recuerda que el entrenamiento de un solo sistema de IA puede liberar hasta 25.000 libras de dióxido de carbono).8 Esto no quiere decir que no debamos utilizar la IA. Pero si podemos hacer algo nosotros mismos con una simple acción, entonces deberíamos optar por ella.

Por qué ocurre

"El diablo da trabajo a las manos ociosas" es una vieja expresión que subraya que mantenerse ocupado te mantendrá alejado de los problemas. Es sólo un ejemplo de cómo consideramos que la falta de acción es inherentemente mala. Este tipo de ideas erróneas preceden en siglos al desarrollo del sesgo de acción. Aunque este sesgo no es nada nuevo, sólo recientemente hemos empezado a estudiar sus efectos. Por tanto, hay muchas cosas que aún no entendemos del todo sobre él. A pesar de estas limitaciones, los investigadores han encontrado algunas pruebas de las causas del sesgo de acción.

¿Es aprendido o innato?

Hace miles de años, la acción inmediata era necesaria para la supervivencia de nuestros antepasados evolutivos. Nuestra tendencia a la acción es algo que nos viene de nuestra historia de cazadores-recolectores.3

Este impulso automático fue en su día increíblemente adaptativo. Pero en nuestra sociedad moderna, el sesgo de acción es menos necesario para la supervivencia de lo que lo era antaño. Dicho esto, los que actúan siguen siendo recompensados por encima de los que no lo hacen. Por ejemplo, a los alumnos que participan en clase se les suele elogiar más que a los que optan por permanecer callados. Esto refuerza nuestro instinto de actuar, lo que hace que adoptemos más este comportamiento, convirtiéndolo así en habitual. Por desgracia, esto nos hace más propensos a responder con la acción en situaciones más adecuadas para la inacción, como levantar la mano cuando no sabemos la respuesta a la pregunta del profesor.

No sólo recompensar la acción propaga este sesgo, sino también castigar la inacción. Las investigaciones demuestran que las personas con experiencias negativas en el pasado por no haber actuado son más proclives al sesgo de acción.4 Nuestro arrepentimiento nos moviliza a hacer algo para evitar otro fracaso. Por desgracia, esto puede ser contraproducente si nos encontramos con un sesgo hacia la acción en una situación en la que la mejor respuesta es no hacer nada.

En resumen, aunque es probable que el sesgo de acción tenga su origen en la supervivencia humana, estos instintos se ven reforzados por el aprendizaje de patrones de refuerzo y castigo en nuestra vida cotidiana.

El sesgo de acción y nuestra sensación de control

Nuestra necesidad de acción también se deriva de nuestra necesidad de control. La actividad nos hace sentir que tenemos la capacidad de cambiar las cosas, mientras que la pasividad nos hace sentir que nos hemos rendido y que hemos aceptado que no podemos hacer nada más. Esencialmente, hacer algo nos hace sentir mejor con nosotros mismos que no hacer nada, lo que refuerza este comportamiento.

Además, nuestro exceso de confianza puede animarnos a tomar decisiones innecesarias o incluso perjudiciales. A veces actuamos porque sentimos que tenemos un control significativo sobre el resultado, incluso cuando ese resultado es completamente aleatorio.

Consideremos el mercado financiero, donde el exceso de confianza hace que la gente opere con frecuencia, ya que está segura de que sus decisiones conducirán a resultados lucrativos. En concreto, esto suele ocurrir en situaciones de incertidumbre, cuando la gente intenta predecir qué acciones subirán o bajarán. Su confianza en su capacidad para hacer tales predicciones les incita a la acción. Es cierto que la acción puede generar grandes ganancias, pero a menudo los inversores se dan cuenta por las malas de que les habría ido mejor si nunca hubieran invertido.5

Por qué es importante

Equiparamos mantenernos ocupados con la productividad, otra cualidad a la que asignamos un valor significativo. Sin embargo, la falta de acción suele ser más productiva que la acción.

Imagínese un atasco en una autopista. Puede que te sientas frustrado por ir a paso de tortuga y te plantees salir en la siguiente salida para tomar carreteras secundarias hasta tu destino. Esto podría llevarte incluso más tiempo que permanecer en la autopista, y podría hacer que gastaras más gasolina.

Aunque la lógica nos dice que permanecer en la autopista es más eficiente, creemos que salir de ella es la decisión más eficaz. Esto se debe a que cuando estamos sentados en el tráfico, sentimos que no llegamos a ninguna parte, mientras que en la otra ruta podemos conducir a una velocidad razonable. En este caso, actuar es menos productivo que quedarse quieto, aunque no lo parezca.

Ser conscientes del sesgo de acción aumenta nuestra productividad al ayudarnos a tomar decisiones basadas en la solución más eficiente, aunque esa solución sea no hacer nada. El sesgo de acción puede nublar nuestros juicios, pero si somos conscientes de sus efectos, podemos trabajar para superarlo. Esto nos permite evaluar las situaciones con mayor eficacia y reconocer cuándo nos equivocamos en nuestro impulso de actuar.

Cómo evitarlo

Elegir la inacción frente a la acción no significa rendirse. De hecho, a menudo es más admirable hacerlo. En consecuencia, debemos evitar tomar medidas innecesarias para que no se conviertan en nuestra respuesta por defecto. Decidir deliberadamente no hacer nada es una buena práctica de paciencia que puede ser difícil de dominar. El autocontrol es una habilidad que hay que cultivar, y cuanto más trabajamos en ella, más fuerte se hace.

Aprender a evitar el sesgo de acción es un proceso a largo plazo que implica ir en contra de impulsos y predisposiciones arraigados. A menos que la situación exija una acción inmediata, suele ser mejor dar un paso atrás y evaluar los pros y los contras de cada posible respuesta.

Volviendo al ejemplo del atasco, en lugar de frustrarse y salir de la autopista en la primera salida posible, siéntese un momento para racionalizar la situación. Tomarse tiempo para pensar en las consecuencias de la acción frente a la inacción puede ayudarle a apoyar o negar su impulso inicial de actuar.

Recuerde que el objetivo no es eliminar por completo la acción como respuesta. Se trata de considerar igualmente la inacción como posible respuesta, en lugar de recurrir automáticamente a la acción. De este modo, la toma de decisiones será más eficaz y los resultados más rentables.

Cómo empezó todo

Patt y Zeckhauser fueron pioneros en la exploración teórica y empírica del sesgo de acción en 2000.6 En su artículo definieron el sesgo de acción como "una inclinación a la acción [que es] producto de un comportamiento no racional". Fueron de los primeros en sugerir que nuestra proclividad a la acción es un heurístico o un atajo que, por desgracia, puede conducir a una mala toma de decisiones en diversas circunstancias.

Patt y Zechauser propusieron tres razones para explicar este sesgo. La primera se debe a los refuerzos evolutivos y experienciales, que nos han llevado a considerar la acción como un medio de supervivencia. Además, sugirieron que nos involucramos en la acción con la esperanza de obtener algún tipo de reconocimiento o recompensa. Por último, suponen que pasar a la acción nos ayuda a aprender sobre una situación para saber cómo responder si nos encontramos con otras similares en el futuro.

Ejemplo 1 - Diagnósticos difíciles

El sesgo de acción se manifiesta con regularidad en el sector sanitario, concretamente a la hora de tratar a pacientes con síntomas inusuales que no parecen requerir atención urgente. Si no hay un diagnóstico claro, la mayoría de los médicos prefieren hacer pruebas para intentar encontrar la raíz del problema, en lugar de programar un seguimiento para ver si los síntomas han cambiado.7

Este es un ejemplo del sesgo de acción, ya que estos pacientes no presentan síntomas que requieran un tratamiento de urgencia. Sería menos costoso y llevaría menos tiempo concertar una cita de seguimiento que realizar un estudio completo, pero los médicos se inclinan por lo segundo. Esto no es necesariamente malo; de hecho, muchos pacientes agradecen que se confirmen sus preocupaciones de este modo. En cualquier caso, esto sigue siendo un ejemplo del sesgo de acción, ya que demuestra una preferencia por la acción frente a la inacción en ausencia de una verdadera razón para hacerlo.

Ejemplo 2 - Invertir

En el ámbito de las inversiones abundan los ejemplos de sesgo de acción. Como ya se ha mencionado, el exceso de confianza y el deseo de control son las principales causas del sesgo de acción. Un exceso de seguridad en la capacidad de tomar buenas decisiones financieras puede llevar a un exceso de operaciones. Del mismo modo, el deseo de mantener el control sobre sus inversiones puede llevarle a operar con más frecuencia de la debida. Sin embargo, el autocontrol suele ser una estrategia mucho mejor, y la paciencia da sus frutos cuando el exceso de operaciones no lo hace.

El pánico también puede llevarnos a recurrir al sesgo de acción. Revisar la cartera con regularidad es un factor de mantenimiento del sesgo de acción, ya que llama la atención sobre todos los cambios. Al notar una ligera pérdida de valor, es posible que decida vender precipitadamente antes de que la situación empeore. A menudo, estas caídas de valor son sólo temporales y las cosas se corrigen por sí solas. Aunque actuar pueda parecer la mejor forma de controlar los daños, puede costarle caro a largo plazo.

Resumen

Qué es

El sesgo de acción es nuestra tendencia automática a actuar, incluso cuando la mejor opción sería no hacer nada.

Por qué ocurre

El sesgo de acción fue en su día evolutivamente adaptativo, y se arraigó en nosotros como medio de supervivencia. Los patrones de refuerzo y castigo hacen que sigamos teniendo este comportamiento.

Hay otros factores que contribuyen a mantener el sesgo de acción, como las experiencias previas en las que la inacción nos hizo fracasar. Además, el exceso de confianza en nuestra capacidad para predecir un resultado favorable y nuestro deseo de sentir que controlamos nuestras circunstancias nos llevan a actuar innecesariamente.

Ejemplo 1 - Diagnósticos difíciles

Cuando se encuentran con un paciente que presenta síntomas inusuales difíciles de diagnosticar, pero que no parecen suponer una amenaza inmediata para su bienestar, los médicos tienden a adoptar el sesgo de la acción y optan por realizar un estudio completo en lugar de programar una cita de seguimiento.

Ejemplo 2 - Invertir

Factores como el pánico, el exceso de confianza y el deseo de control pueden llevarnos a tomar malas decisiones en lo que respecta a nuestras inversiones, como operar en exceso o vender a la baja. Estas decisiones son el resultado del sesgo de acción, ya que nos sentimos obligados a hacer algo, en lugar de trabajar pacientemente hacia un objetivo futuro.

Cómo evitarlo

Evitar el sesgo de acción requiere que desaprendamos nuestro impulso a responder con la acción en situaciones ambiguas. En lugar de reaccionar automáticamente, debemos considerar las consecuencias tanto de la acción como de la inacción y comparar su eficacia. Así podremos tomar decisiones con más conocimiento de causa.

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Referencias

  1.  Bar-Eli, M., Azar, O.H., Ritov, I., Keidar-Levin, Y., and Schein, G. (2007). “Action bias among elite soccer goalkeepers: The case of penalty kicks.” Journal of Economic Psychology. 28(5), 606-621. DOI: 10.1016/j.joep.2006.12.001
  2. Patt, A, and Zeckhauser, R. (2000). “Action Bias and Environmental Decisions”. Journal of Risk and Uncertainty. 21(1), 45-72. 
  3. See 2
  4. Zeelenberg, M., van den Bos, K., van Dijk, E., and Pieters, R. (2002). “The Inaction Effect in the Psychology of Regret”. Journal of Personality and Social Psychology. 82(3), 314-327. DOI: 10.1037//0022-3514.82.3.314
  5. Odean, T. (1998). Volume, Volatility, Price, and Profit When Traders Are Above Average. The Journal of Finance. 53(6), 1887-1934. DOI: 10.1111/0022-1082.0007
  6. See 2
  7. Kiderman A, Ilan U, Gur I, Bdolah-Abram T, Brezis M. (2013). “Unexplained complaints in primary care: evidence of action bias”. Journal of Family Practice. 62(8), 408-413.
  8. Hao, K. (2019). Training a single AI model can emit as much carbon as five cars in their lifetimes. MIT Technology Review. Retrieved from: https://www.technologyreview.com/2019/06/06/239031/training-a-single-ai-model-can-emit-as-much-carbon-as-five-cars-in-their-lifetimes/
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