La navaja de Occam

La idea básica

Imagina que has quedado con un amigo para tomar algo después del trabajo. Un par de horas antes, recibes uno de los siguientes mensajes:

Texto A: Siento hacer esto, pero mi estómago se siente raro y tengo un poco de fiebre y no creo que esté para beber. También creo que me quedaré en la oficina más tarde de lo previsto porque me acaban de asignar un proyecto enorme. Mi abuela tampoco está muy bien últimamente, así que si tengo tiempo libre debería ir a verla. ¿Podemos quedar para tomar algo?

Texto B: Hola, tengo el estómago un poco raro. ¿Podemos reprogramar las bebidas?

A pesar de que el texto A contiene detalles más precisos, es probable que nos sintamos molestos por la abrumadora cantidad de información y excusas que presenta nuestro amigo. El texto B es una explicación sencilla y va directa al grano, por lo que es más probable que lo creamos y aceptemos.

Resulta que, incluso cuando se trata de asuntos más complejos -como teorías científicas o dilemas filosóficos-, tendemos a favorecer la explicación sencilla frente a la complicada. Esta regla empírica se conoce como la navaja de Occam, y nos ayuda a eliminar las teorías demasiado elaboradas, ya que son impenetrables y difíciles de probar o refutar.1 Sin embargo, es importante señalar que favorecer la explicación más sencilla no significa que sea cierta. Se trata simplemente de una heurística que ayuda a orientar a filósofos, científicos y responsables políticos sobre la mejor manera de abordar un fenómeno.

Has dado demasiada rienda suelta a tu imaginación. La imaginación es un buen sirviente, y un mal amo. La explicación más sencilla es siempre la más probable.


- Agatha Christie, en su novela policíaca The Mysterious Affair at Styles2

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